«Creo que fue a mediados de octubre cuando un día me levanté tarde y por eso fui a clase apresuradamente, sin haber tenido tiempo de cambiarme a la ropa occidental» (Kokoro)

Tokio, año 1900, Natsume Soseki parte rumbo a Inglaterra desde el puerto de Yokohama, en el que siete años atrás había fondeado la flota de barcos negros comandada por el comodoro Perry y cuya presencia había obligado a Japón a romper el aislamiento con la comunidad internacional y abrirse comercialmente al mundo. Soseki hacía ahora el viaje a la inversa, enviado por el gobierno japonés a Londres para profundizar en el conocimiento de los ingleses, dejando atrás un país en transformación y a su mujer embarazada.
El viaje duraba dos meses a través de una ruta por Singapur, India, Egipto, Italia y Francia. Cuando partió, ya era un hombre con cierta experiencia del mundo y parece ser que tenía un carácter independiente y contracorriente. Por poner un ejemplo de su singular personalidad, muchos expertos y amigos de la época no se explican por qué decidió, cuando terminó la universidad, aceptar un trabajo de profesor de provincias en Matsuyama, cuando tenía la posibilidad de conseguir un puesto mejor y, sobre todo, con mayor prestigio social. Sin duda, la elección de este hombre como emisario de Japón en Inglaterra, ha significado mucho para las letras japonesas e incluso para el propio Soseki como analizaré más adelante, a pesar de que no quería aceptar esta misión y que la experiencia londinense fue bastante dura.

Los viajes al extranjero se habían iniciado en la época del Shogunato, se estima que antes de la Restauración Meiji, unos 150 estudiantes viajaron a diferentes ciudades europeas. El objetivo era obtener conocimiento científico y tecnológico con vistas a adquirir el saber suficiente para desarrollar una fuerza militar poderosa. Después de las guerras del opio en China, la firma de los Tratados Desiguales y, por lo tanto, la humillación de China, los japoneses entendieron que debían conocer esa forma de hacer la guerra que era tan superior. De hecho, en 1853, la forma amenazante de la segunda visita del comodoro Perry apuntando con cien cañones el puerto de Yokohama parece darles la razón.
Japón inició la modernización empujado por la amenaza y pasó de un sistema feudal a un gobierno central gobernado por el emperador Meiji y fuertemente influenciado por la manera en la que se organizaban administrativamente Holanda, Alemania, Francia e Inglaterra. La victoria japonesa sobre la rusa zarista de principios del siglo XX, sorprendió a las naciones europeas y significó para muchas de ellas la entrada de Japón en la modernidad. Aunque algunos escritores de la época, deploran las razones de ese cambio de perspectiva, como Okakura Kakuzo: «Se había acostumbrado a considerar el Japón como un país bárbaro, mientras en él no se practicaban más que las artes pueriles de la paz; hoy se lo considera como un país civilizado, desde que se ha empezado a practicar el asesinato en gran escala en los campos de Manchuria».
Okakura fue, como Soseki, un intelectual de la época Meiji, si bien, adoptó una postura diferente, ya que ante la influencia occidental optó por promocionar y enseñar a los occidentales las formas tradicionales japonesas. La idea de preservar la esencia japonesa de Okakura y otros intelectuales japoneses alimentó, por otro lado, las posturas nacionalistas extremistas. La postura de Soseki respecto a Occidente era también crítica: rechazaba la imitación indiscriminada, pero no defendía la esencia japonesa. De hecho, todo lo que oliera a oficialismo le repelía, además, Soseki no mostraba mucho interés por la historia, a diferencia de Mori Ogai o Akutagawa Ryunosuke. Esta falta de interés podría ser la causa del rechazo a las posturas nacionalistas y sobre todo explicar su impulso en la búsqueda del individualismo. En este sentido, respecto a la literatura japonesa y occidental, Soseki decía: «Desafortunadamente, en la literatura, no creo que poseamos nada en nuestro pasado que podemos comparar con orgullo con la literatura de Occidente».
Soseki llegó a Londres a finales de septiembre de 1900, en una época en la que la reina Victoria regía el imperio más extenso de la historia: «los dominios de su majestad donde el sol nunca se pone» como escribió Christopher North. Si bien ese imperio iniciaba su decadencia, y Alemania y Estados Unidos pugnaban por un puesto en primera línea del mundo.
En el Londres de aquella época se necesitaba dinero para vivir entre los notables y la asignación con la que el gobierno japonés dotaba a Natsume Soseki era insuficiente. Soseki escribió con cierto amargura acerca de su estancia en la ciudad más poblada del planeta: «Los dos años que pasé en Londres fueron desagradables (…). Yo era como un perro callejero entre caballeros ingleses». Soseki observó que la sociedad inglesa estaba excesivamente controlada por el dinero y, movido por el resentimiento o quizá por la clarividencia, se dio cuenta de que no merecía la pena imitar las formas de vida de aquellos «jóvenes caballeros ingleses». Además de llegar a esta conclusión, en aquellos días, inició una investigación acerca de lo que era la literatura: «Lo que llamamos literatura en el ámbito de los clásicos chinos y lo que se llama literatura en inglés debe pertenecer a dos diferentes categorías y no se puede subsumir en una sola definición (…). Ante esta situación, decidí, resolver la cuestión más fundamental: ¿Qué es la literatura? Al mismo tiempo, me hizo decidirme usar mi año restante (en Londres) como una primera etapa para llevar a cabo mis investigaciones sobre este problema».
La situación precaria en Londres, además del rechazo a la imitación de las maneras inglesas, provocó un fuerte aislamiento del escritor, que se pasó casi los dos años en su habitación leyendo de forma voraz, lo que lo convirtió en un hombre solitario y excéntrico. Tan excéntrico que uno de sus compatriotas informó al Ministerio de Educación japonés de que Soseki se había vuelto loco.
La soledad no solo fue un rasgo de la personalidad del escritor, también se refleja en su trabajo literario. En Kokoro, Soseki pone en boca de Sensei una reflexión acerca de los hombres que viven en la sociedad Meiji: «La gente de hoy, nacida bajo el signo de la libertad, la independencia y la autoestima, debe, en justa compensación, saborear siempre esta soledad». Soseki había llegado a la conclusión, a partir de su conocimiento de los dos mundos, Gran Bretaña y Japón, de que el corazón del hombre es siempre solitario.
A pesar de su experiencia en Londres, Soseki supo transformar esa crisis y la tensión Occidente-Japón en algo nuevo, logró crear una nueva cultura fruto del mestizaje, apoyado en una investigación honesta e independiente. Lo que hizo que este viaje fuera tan trascendente para su vida y su trabajo es que en Londres entendió el significado de la búsqueda personal de «un sueño». Lo que hizo fue reafirmar de alguna forma lo que ya estaba en él, pues, como se ha señalado, Soseki muy pronto demostró tener una forma de ser muy independiente y, como buen conocedor del confucianismo, estaría profundamente influido por el neoconfucianismo de Zhu Xi, muy popular en Japón, y que puede llegar a chocar con las reglas sociales del confucianismo con su insistencia en ser honesto y seguir la propia fe.
Aplicado a la literatura, este seguimiento de un camino propio y la búsqueda del significado de la literatura, hizo que Soseki escribiera sus trabajos como una suerte de experimentación. Su primera novela, Soy un gato, responde a esta actitud en la que el autor escribe en primera persona, pero elige un gato como punto de vista. Kokoro es considerada su obra más importante. En ella están muchas de sus ideas y además es un reflejo de las tensiones de la vida japonesa en la época Meiji, en la que un estudiante japonés que viviera en Tokio se levantaba de la cama en quimono pero salía de casa vestido con traje. Soseki expresa en Kokoro esa convivencia de la tradición japonesa y las nuevas maneras occidentales: «Creo que fue a mediados de octubre cuando un día me levanté tarde y por eso fui a clase apresuradamente, sin haber tenido tiempo de cambiarme a la ropa occidental». Con una sutileza exquisita nos dice mucho sobre el protagonista de Kokoro solo aludiendo a su ropa, como cuando el protagonista utiliza quimono, cuando está con sus padres, que representan la tradición, o como cuando en el hospital guarda la carta de Sensei… en las mangas del quimono.

Kokoro cuenta en primera persona la historia de la amistad del narrador con una persona mayor que él, al que decide llamar Sensei (maestro en japonés) y la mujer de este. En las dos primeras partes se narra el encuentro con este hombre y el viaje del protagonista a casa de sus padres, ya que el padre está enfermo. La tercera parte es muy distinta, se trata de una carta que Sensei dirige al protagonista; en ella, confiesa una traición de juventud, que le ha perseguido durante su vida y que le ha conducido al suicidio.
Si buscamos la huella del confucianismo en Kokoro, la encontramos en muy diversas formas. En primer lugar, el confucianismo se localiza en la aldea, donde viven sus padres. Soseki contrapone la aldea con la ciudad y la generación de los padres, más tradicional, con la del protagonista. En un momento de la novela, Soseki escribe: «cada vez que yo volvía a casa, me traía de Tokio aspectos novedosos que mis padres ni apreciaban ni entendían. Lo diré con un ejemplo clásico, era como si trajera el olor del cristianismo a la casa de un confuciano». En otro momento, cuando el padre está moribundo, Soseki pone en boca del protagonista una reflexión sobre el deber filial: «También pensábamos que, si no iba a vivir, era mejor que el fin llegara cuanto antes. Era como si estuviéramos acechando su muerte. Nuestro deber filial, sin embargo, nos impedía reconocerlo. Así y todo, sabíamos muy bien lo que pensaba el otro.» Estos son aspectos muy concretos del confucianismo, si bien, la actitud final de Sensei en la novela parece estar muy de acuerdo con las ideas neoconfuncianas de Zhu Xi de la búsqueda de un camino propio para la redención. El filósofo chino pensaba que el hombre era bueno por naturaleza a pesar de hacer cosas malas. Soseki pensaba que el hecho de escribir una carta confesando la traición a su amigo y dirigirla a su joven amigo –el protagonista- de alguna forma le redimía, ya que intentaba enseñarle algo. Parece que Sensei encuentra su propio camino para hacer el bien.
El bien y el mal es uno de los temas de Kokoro, al igual que es uno de los temas de la ética confuciana. En una de las charlas del protagonista con Sensei, el primero da por supuesto que los hombres de campo son todos ellos buenos, pero el maestro le replica: «En realidad, la gente de los pueblos tiende a ser peor que la de la ciudad». Para añadir más adelante:«Crees que hay una especie de personas malas? Vamos a ver: la gente no sale hecha de un molde, o algo así, de personas malas. Generalmente, todas son buenas. Por lo menos, son normales. No obstante, en un momento dado, inesperadamente, la persona buena se convierte en mala. Es terrible. Por eso no hay que descuidarse ». Aquí parece notarse de nuevo la huella de Mencio y Zhu Xi.
En la novela aparece también el cristianismo, el budismo e incluso uno de los protagonistas, K, quiere leer el Corán. El cristianismo estuvo prohibido en Japón porque se consideraba el primer paso para el colonialismo. Así lo explica M. Shibata en Escrito en las cinco ruedas: «España envía primero a los misioneros para transmitir el cristianismo a un pueblo. Cuando los fieles son numerosos, España envía a los militares quienes, aliados con los fieles, pueden conquistar fácilmente esos países».
En la novela, el suicidio es un tema central. Sensei termina suicidándose y es al final de la novela cuando entendemos las razones de su carácter y el porqué de ese suicidio: se siente culpable por la traición a su amigo K. Según Jay Rubin, Soseki rechaza el suicidio como resolución de los problemas, pero, en cambio, la redacción de un testamento sincero como el que hace Sensei, en el que se describe algo auténtico con la intención de enseñar, ese propósito sí le parece bien. Además en la novela aparece el suicidio del general Nogi Maresuke, que se quito la vida junto a su esposa siguiendo el ritual samurái del junshi, que consiste en cometer suicidio siguiendo a tu señor, en este caso, al emperador Meiji y, de esta manera, redimirse.
El suicidio de este general afectó profundamente a la sociedad japonesa y Soseki lo refleja de manera directa cuando Sensei decide suicidarse siguiendo su ejemplo, es decir, «siguiendo a su señor» (K, que también se ha suicidado siguiendo su estricta ética de bonzo del deber, el castigo y la culpa), hacia el Sensei siente una admiración y un complejo de culpa quizá injustificados. La causa real de todo lo sucedido es el silencio, las cosas nunca dichas, que van precipitando los acontecimientos hacia la fatalidad. Soseki parece lamentar en varias ocasiones ese rasgo «tan japonés» en Kokoro, como cuando Sensei no es capaz de expresar sus sentimientos por la señorita:«Tenía la fuerte convicción de que eso sería ir abiertamente en contra de la costumbre de la cultura japonesa». Tampoco dice nada a K, cuando todavía era posible encontrar una solución, y vive después durante años con su esposa sin sentirse capaz de revelar su supuesta responsabilidad en la muerte de K, ni intentar desvelar si ella llegó a estar enamorada de K (el general Nogi también pasó 35 años, como nos recuerda Sensei viviendo su remordimiento hasta decidirse a “seguir a su señor”). Pero Sensei no cambia de actitud ni siquiera después de muerto, al exigir al narrador que mantenga el secreto y no le diga nunca la verdad a la viuda. Parece bastar con ese rasgo tan cristiano que es la confesión secreta para redimirse de todos los errores y del daño causado y por causar, en este caso a la viuda, que quizá heredará ese sentimiento de culpa, pues previsiblemente ella se preguntará si es causante de la muerte de su esposo.
Me encanta la literatura oriental. Hace tiempo leí al Kokoro de Soseki y a Soy un gato quedé encantada por el fondo, forma y manera de narrar tan diferente de nosotros los occidentales. Buen artículo el tuyo. Te visitaré a menudo. Saludos. Haydée