Woody Allen cuenta que en la ducha se le han ocurrido muchas de sus mejores ideas. A mí me pasa lo mismo. No es que tenga unas ideas tan geniales como el magnífico Woody, pero sí que me parece que la ducha es un momento perfecto tanto para meditar como para imaginar. Desde pequeña he pasado más tiempo de la cuenta bajo el chorro ardiente del agua… Siempre permanecerá en mi mente el recuerdo de mi madre gritándome desgañitada: Ana, ¡que te vas a escaldar!
Pues bien, el otro día estaba cociéndome viva cuando me acordé del filósofo chino Gongsung Long. El hilo del pensamiento se originó porque estoy en plena edición de un libro sobre los rudimentos del chino. Me puse a pensar en la dificultad de escribir y en lo complicado que es ser preciso. Esta dificultad es en ocasiones insalvable porque el problema se halla en las propias palabras y su significado. Jonathan Switf contaba en Los viajes de Gulliver la historia de unos sabios que iban cargados con sacos donde metían las cosas de las que iban a hablar, para así poder ir mostrándolas durante la discusión. Al final los sacos eran tan pesados que inventaron los conceptos y a partir de ahí empezó la confusión en el mundo.
Las palabras con las que nombramos las cosas son incompletas casi por definición. Los chinos desde muy antiguo han pensado en este problema. Es muy famosa la rectificación de los nombres de Confucio, en la que el filósofo, desde un punto de vista político y ético, trata de definir conceptos como la benevolencia, el buen soberano, etc. Si bien, la paradoja del filósofo chino Gongsun Long “un caballo blanco no es un caballo” (Baima fei ma) apunta de lleno a este problema. Esta frase ilógica en apariencia esconde que las palabras no siempre señalan de forma precisa lo que sugieren.
Un caballo no tiene por qué tener todas las cualidades de un caballo blanco (puede no ser blanco); del mismo modo, un caballo blanco no tiene por qué tener todas las cualidades que puede tener un caballo, como por ejemplo ser negro.
Desde el punto de vista estrictamente lingüístico parece claro que ‘caballo’ no es equivalente a ‘caballo blanco’ porque no se pueden usar indistintamente en ciertos contextos. Por ejemplo si decimos ‘este caballo negro es un caballo» no podemos sustituir ‘caballo’ por ‘caballo blanco’ y decir: «este caballo negro es un caballo blanco».
A esta imprecisión del lenguaje se le añade las escasas ganas de ponerse de acuerdo de la gente, lo que sin duda hace casi imposible la comunicación.
Bonito post, Ana. Muy entretenido. Aunque no estoy de acuerdo en que la gente tenga escasas ganas de ponerse de acuerdo!
Quizás tengas razón. Cuando lo escribí, tenía en la mente la discusión política…