En chino 小店 xiaodian es la palabra para decir tienda o bazar. Se compone de dos caracteres: el primero es xiao, que significa pequeño, y el segundo es dian, que quiere decir tienda. El carácter dian está compuesto por dos elementos (广 y 占); el primer elemento significa refugio y es lo que proporciona el significado al carácter. Por lo tanto podemos decir que en chino tienda es “pequeño refugio”.
El otro día me contaron una historia que transcurrió en uno de estos pequeños refugios. No se trataba de una leyenda urbana cómo la que surgió con mucha fuerza hace algunos años y respondía al funesto interrogante: ¿Qué hacen los chinos con sus ancianos? Esta historia ocurrió de verdad y fue relatada por su protagonista. Nuestro personaje o mejor dicho la amiga de mi amigo, porque insisto, esta historia ocurrió de verdad, se llama Elena y es una mujer simpática, energética, graciosa y muy atractiva. Pues bien Elena contó la siguiente historia.
—Como sabéis, con esto de la crisis, el local de arte que tenía con mi chico, lo he transformado en un bar de copas.
(De diseño moderno y muy caro, de pijo siglo XXI, con zapatillas de deporte, sin mocasines, sin gomina)
[Las acotaciones entre paréntesis, las añado para contextualizar la historia y por diversión, que, entre otras cosas, es para lo que sirve la literatura y contar historias]
—Hace unas semanas fui a un almacén chino porque necesita comprar 200 vasos. Me habían hablado de estos proveedores desde hacía tiempo, pero la verdad yo no sé qué pensar de los chinos, te voy a contar lo que me pasó.
(Elena se dirigía a mí porque necesitaba un esclarecimiento, como diría Watson, de los hechos ocurridos en aquel almacén chino y yo, sin quererlo pero gustosamente, me había convertido en una Sherlock Holmes del mundo chino; esto es sencillo de explicar: desde hace tiempo soy estudiante de la cultura y la lengua de China y acabo de regresar de allí, tras una estancia de nueve meses.)
—Llegué al almacén y me recibieron un hombre y una mujer que sospechosamente no paraban de sonreír. ¿A qué venían esas sonrisas? Me hicieron caminar por unos largos pasillos hasta llegar a una trastienda destartalada y con gestos me señalaron un viejo sillón que estaba en la esquina, debajo de una estantería a punto de caerse.
No sin pensármelo mucho, me senté en el borde del sillón como una dama sureña.
(A estas alturas de la narración, por el tono, las pausas y la expresividad de la narración, daba la impresión de que de repente de ese sillón iban a salir unos brazos mecánicos y atrapar para siempre a nuestra pobre Elena.)
Elena prosiguió:
—Los chinos me ofrecieron un té mugriento y entre ellos hablaban una lengua que no comprendía.
(Me atrevo a suponer que podría tratarse de chino.)
—Lo peor de todo ocurrió, cuando uno de ellos, siempre sonriendo, se acercó a mí mientras se metía la mano en el bolsillo del pantalón y me ofreció un CIGARRILLO, que yo, por supuesto, rechacé. Ana, de verdad, ¿cómo interpretas está situación? Porque yo estoy segura que estos cigarrillos estaban envenenados.
La miré muy seriamente y le dije: “Sí, estaban envenenados”.
No estoy segura que sea cierto aquello de que la realidad supera a la ficción, lo que sí que creo es que la realidad tiene mucho de ficción y que en un “chino”, en una tienda china, uno puede encontrar no lo que hay allí, sino lo que hay en su propia cabeza.