Aunque nos parezca un poco extraño, hasta finales del siglo 19, los chinos no tenían especial consideración a la literatura de ficción. Desde hacía siglos, la tradición literaria china había trasmitido la idea de que la literatura estaba al servicio de la educación y el buen gobierno y, por lo tanto, sólo la poesía y la historia eran géneros que podían ser cultivados.
Muchos expertos sitúan el nacimiento de la ficción china entre los siglos 15 y 18 con novelas como El sueño del pabellón rojo o Los mandarines, porque es a partir de este momento encontramos a autores que escriben ficción de forma consciente. Estas dataciones son muy discutibles, otros piensan que en los textos históricos clásicos se pueden encontrar fragmentos de narrativa de ficción escritos de una forma seductora con el objetivo de atrapar la atención de los lectores. Otros consideran que los sutras budistas tienen que ser considerados como formas narrativas chinas e incluso se piensa que el budismo, introducido en el siglo 1 en China, es la fuente fundamental del desarrollo de la narrativa de este país.
En cualquier caso, hasta casi el siglo 20, y en los círculos intelectuales, la ficción estaba denostada. En 1902, en el primer número de la revista Nueva ficción, Liang Qichao (梁啟超) escribió un artículo que cambió para siempre la consideración de la ficción en China.
El texto On the relationship between fiction and the goverment of the People (“Sobre la relación entre la narrativa de ficción y la gobernabilidad”) ensalza el poder de la ficción para cambiar el mundo y la mente de las personas.
Liang Qichao consideraba que para cambiar la sociedad china antes había que reformar la literatura y tener en cuenta el poder de la ficción para cambiar la forma de pensar del pueblo. Lu Xun también consideraba la literatura el medio natural para reformar el país, de hecho se hizo escritor por esa razón (enlazar con entrada).
Para Liang Qichao los cuatro poderes de la ficción son:
La purificación, conocemos e identificamos los aspectos sicológicos del protagonista.
La inmersión: el lector se sumerge en otro mundo distinto. Si la novela es larga, la inmersión es mayor y el poder de la narrativa es más fuerte.
Aparecen sentimientos que no podemos controlar. Una vez sumergidos en la vida ajena, tenemos sentimientos que no podemos controlar. Nos sentimos “tocados” si un protagonista se muere como si se tratara de nuestra propia vida.
Somos avatares del protagonista. Liang Qichao utiliza el concepto indio de avatar para explicar el proceso en el que el lector se convierte en (avatar) del protagonista.
Uno de los datos más curiosos de este ensayo de Liang Qichao es el comentario que hace sobre El romance de los tres reinos. Esta novela en la que se cuenta la rebelión de los turbantes amarillos es la responsable, según Qichao, de la rebelión de los Boxer ya que llenaba la cabeza de los lectores de aspiraciones revolucionarias.
En la actualidad, este asunto del poder de la ficción es que muchos publicistas, políticos y conferenciantes utilizan técnicas narrativas precisamente para hacer llegar al gran público su mensaje. Es lo que se llama el story telling y la famosa niña de Rajoy responde a estas técnicas.
Daniel Tubau en su libro El guión del siglo 21 desarrolla una argumentación parecida a la de Liang Qichao, pero aplicada también a la narrativa televisiva y en especial a las nuevas series de HBO, que debido a su duración y complejidad narrativa, hacen que el espectador experimente estos procesos de inmersión e identificación.
XIEXIE HEN HAO!