El escritor chino Mao Dun comienza Medianoche con la muerte por impresión del padre del protagonista de la novela. El padre que vive en el campo, no logra sobreponerse al bullicio de la ciudad: coches, letreros luminosos, gente por todos lados. Hablamos de Shanghai a principios del siglo veinte. Yo sufrí del mismo mal hace cuatro días, cuando llegué a Hong Kong, pero por suerte todavía estoy viva y no os libráis de que os lo cuente.
Soy de esas personas que preparan los viajes lo justito. Además de por falta de tiempo y algo de vaguería, me gusta ir a las ciudades sin tener la cabeza llena de lugares a los que hay que ir y paisajes que hay que fotografiar. Siempre pienso que volveré, así que no tengo ninguna obligación o muy pocas. A mí me encanta viajar así, con imprevisión y capacidad de cambiar los planes, pero sé que muchos viajeros no podrían. No les juzgo, probablemente tienen razón, con mi método es más probable que te enfrentes a situaciones un tanto complicadas. Así viví yo mi llegada a Hong Kong.
Hong Kong está formado por varias islas grandes como Hong Kong y Lantau y más de doscientas pequeñas; también hay un territorio dentro de la China Continental, donde se sitúa el distrito de Kowloon y los Nuevos Territorios. Mi hotel estaba en la zona de Kowloon, en el piso catorce de un edificio con más de cuarenta hoteles. Para subir tuve que coger un ascensor mugriento y, antes, esperar la cola para entrar en el ascensor, que estaba iluminado por un tubo fluorescente medio roto, cuyo zumbido no ayudaba a mejorar la mala impresión que me estada dando todo aquello. Ascensor para el cadalso.
Me recibió Mr Bi Bi con una sonrisa amplia. A estas alturas nadie me podía liberar de la sensación de estar atrapada en el castillo de Fu Manchú, por lo que su sonrisa me pareció una mueca libidinosa e interpreté su buen trato como un claro indicio de que quería algo además de mi cuerpo. Mi portátil, no me quedaba duda, era mi bien más preciado.
La habitación del hotel me recordó a una viñeta de Mortadelo y Filemón, El Súper les manda a una misión fuera de España pero no tiene presupuesto suficiente y sólo tienen una cama para los dos, así que, ¿a quién le toca dormir en el armario? Como estaba cansada decidí quedarme en el armario por lo menos un día. Luego fueron tres. Creo recordar que Mortadelo pasó de dormir en el armario al cajón de la mesa de noche.
El gran problema de Hong Kong es el espacio. El barrio donde me alojé, Kowloon, tiene una densidad de población de 43.000 habitantes por kilómetro cuadrado. Para entendernos, 43 personas ocupan un metro cuadrado. Bastante alejado de las cifras mundiales, donde se dispone de un espacio de al menos veinte metros cuadrados por habitante. ¿Dónde estaban mis veinte metros? ¿Y los de Mr Bi Bi?
Estas cifras tan disparatadas y el hecho de que Hong Kong es muy montañoso, han hecho que la ciudad se expanda hacia el cielo en miles de torres de viviendas con ventanas estrechas, tubos fluorescentes, ascensores al pie de calle, escaleras mecánicas para subir a los cientos de centros comerciales, pasarelas, puentes, túneles. Muchos de los restaurantes y comercios no están al ras del suelo y, por eso, las fachadas están preñadas de letreros a diferentes alturas. No me podía quejar después de todo: en otros tiempos las cosas habían ido peor en la ciudad. Donde ahora está el parque de Kowloon, en los noventa estaba la ciudad amurallada de Kowloon, una especie de favela sin ley, donde los niños jugaban en las azoteas por falta de espacio.
La isla de Hong Kong es diferente, es algo más confortable dentro de que es un paisaje apocalíptico. La bahía es muy estrecha y está repleta de rascacielos y los turistas suelen subir al pico Victoria a fotografiar el skyline. Me resulta raro que en nuestros tiempos se haya convertido en una costumbre fotografiar paisajes tan turbadores; quizá es por lo turbador. “Ala nene, ponte más a la derecha para que se vea bien el rascacielos ese (International Commerce Centre)… a la abuela le va encantar esta foto, ya verás no va poder dormir en una semana.”
En estos días de ruido y metal me ha acompañado mi buen amigo Erich Fromm y muy probablemente las charlas con él han influido en esta visión tan pesimista de la ciudad. Pero no por ello le falta razón. Me contaba que existen dos modalidades básicas de la existencia: tener y ser. La primera tiene que ver con la acumulación de cosas, no ya sólo de bienes de consumo como una casa o un coche, que también, sino otro tipo de bienes, como la necesidad de acumular conocimientos sin que estos te transformen o la consideración de que tu pareja es de tu propiedad. En Hong Kong, tener ocupa mucho más espacio que ser, si bien puedes llevarte sorpresas como la que me llevé yo en el muelle central; sentada mirando al mar, un hombre comenzó a cantar una canción bellísima.
En ese momento, le escuché y lloré.
Hola Ana, cada comentario nuevo me hace envidiar cada vez más tu carácter y tu determinación.
Me encantan tus comentarios sobre tu experiencia en China (de hecho este comentario mío en tu blog es totalmente interesado, escribo esto para que me llegen tus próximas entradas por email)
Un beso
Muchas gracias, Álex, no sabes qué ilusión me hace este comentario tuyo.
Muchos besossssss
He leido tu árticulo, interesante. Es como ir al fin del mundo en «pelotas».