Pensé que nunca me lo ibais a preguntar. Aquí os dejo mi respuesta.
Confieso que en quién primero pensé cuando empecé a leer Los mandarines fue en David Simon, creador de una de mis series favoritas, The Wire; a primera vista esta relación puede resultar un tanto extravagante pero realmente saltó la chispa en alguna parte de mi cerebro. Se podría pensar que la semejanza se debe a las técnicas narrativas utilizadas por Wu Jingzi (吳敬梓)en Los mandarines, pues cada capítulo finaliza con una pequeña intriga, que se resuelve al principio del siguiente capítulo, como si de una serie de televisión se tratara; como el “continuará” de los tebeos de cuando éramos niños. Al final del capítulo tercero, por ejemplo, a la madre de Fan Jin le da un colapso al darse cuenta de repente de que es rica, pero el lector debe esperar al siguiente capítulo para saber la suerte que ha ocurrido este personaje. Y así en muchos de los capítulos.
Además de terminar cada capítulo en un tono alto, Wu Jingzi realiza lo que en argot televisivo se llama un next coming: un anticipo de lo que va a ocurrir en el siguiente episodio. Este adelanto tiene forma de poema de cuatro versos construidos siguiendo las estructuras paralelas tan habituales en la poesía clásica china, especialmente de la Tang. Veamos cómo Wu Jingzi avanza al lector que a alguien (luego sabremos que es Fan Jin), le va a cambiar la suerte y que será gracias a la aprobación de una única persona (el examinador Zhou Jin):
De años enteros el desengaño
Tropieza con el azar repentino;
El fin de las miserias sempiternas
Depende a la postre de un solo juicio
Pero la conexión entre The Wire, una serie sobre la ciudad de Baltimore en el siglo XXI y Los mandarines, una obra escrita entre 1730 y 1740, no reside en el uso de juegos narrativos de anticipación e intriga, porque David Simon no recurre a estos trucos de la ficción televisiva convencional. La semejanza es otra.
David Simon ha comentado a menudo que su intención en The Wire era denunciar el sistema, en este caso el capitalismo de Estados Unidos y las diversas instituciones, como la justicia, la educación, la policía, que aunque necesarios y positivos en un principio, se convierten en unos mecanismos automáticos que atienden más a los resultados del sistema que a la solución efectiva de los problemas de Baltimore; todo el tinglado además ubicado en una ciudad con unos índices muy altos de criminalidad (300 asesinatos al año), una fuerte discriminación hacia la población negra, que es la mayoritaria, y una tremenda corrupción. David Simon lo explica mucho mejor con una metáfora:
“Lo que me inspiró es la tragedia griega, en la que protagonistas predestinados y condenados se enfrentan a un sistema que es indiferente a su heroísmo, a su individualidad, a su moralidad. Pero en vez de dioses del Olimpo que lanzan rayos ardientes y joden a la gente por diversión, tenemos instituciones posmodernas. El departamento de policía es un dios, el tráfico de drogas es un dios, el sistema escolar es un dios, el ayuntamiento es un dios, las elecciones son un dios. El capitalismo es el dios supremo en The Wire. El capitalismo es Zeus”
Wu Jingzi hace lo mismo en Los mandarines, con una demoledora crítica a la sociedad y al sistema que le toco vivir: la China de los letrados del siglo dieciocho, una época caracterizada por la estabilidad, en la que tuvo lugar una auténtica revolución demográfica a la vez que gran riqueza cultural. En cuanto al sistema político, había una fuerte centralización administrativa, una eficaz censura en forma de quema de libros y persecuciones y un poderoso aparato burocrático, que comenzó a estar herido de muerte debido a la corrupción que impregnaba todo el sistema. Pero esa China está inmersa en una crisis precisamente en la época del autor, de la que no logrará salir y que llevará, casi dos siglos después, al fin del imperio con la caída de la dinastía Qing.
Wu Jingzi elige la sátira y Simon el drama, pero ambos coinciden en una visión hipercrítica, con toques grotescos, más en el caso de Wu Jingzi, y en la creación de personajes que no responden a paradigmas simples del bien y del mal, sino que son más o menos buenos, o malos o locos, según el momento que les toca vivir en cada capítulo de la novela o de la serie. Wu Jinzgi no describe personajes íntegros, siempre el lector tiene algo que reprocharles, lo que les hace quizá más humanos, porque finalmente los seres humanos somos imperfectos. El maestro Zhou Jin, por ejemplo, es un hombre agradable, mayor, que se abstiene de comer carne con el anhelo de que con este sacrificio su madre se cure de una enfermedad pero, a medida que trascurre la acción, se nos revela como un hombre débil que llora como un niño en las salas de los exámenes y que, entre sollozo y sollozo, se da un golpe tonto en la cabeza que le hace perder el sentido. Un poco más tarde recupera la compostura al ir aprobando los exámenes y, con ello, obteniendo mayor prestigio social. Cuando ya está en lo más alto y se ha convertido en examinador, vuelve a confundirnos con la excesiva precaución y la falta de seguridad en sí mismo cuando corrige los exámenes de Fan Jin y Wei Haogu. Y todo esto lo sabemos en tan sólo dos capítulos, el segundo y el tercero, en los que pasan muchas más cosas; porque una de las características de Los mandarines es que ocurren muchas cosas en pocos párrafos, hasta el punto de que si no estás realmente atento te pierdes con facilidad.
Crítica: la ironía del título
Esa mirada crítica e irónica hacia la sociedad china de Wu Jingzi está en cada palabra de la novela, empezando por su título en chino: Rulin waishi (儒林外史). Con este título el autor inicia lo que va a ser el tono de la novela, el irónico e incluso sarcástico, porque en una suerte de juego de metalenguaje dispara a la línea de flotación de la narrativa de la época, al juntar estas palabras que en principio no casan en un mismo título. Waishi (外史)significa “historia no oficial”, es decir, textos que no son clásicos y no pertenecen por lo tanto a la ortodoxia de la época. Rulin, por otro lado, hace referencia al “mundo de los letrados”, donde precisamente no estaba bien visto cultivar géneros que no pertenecerían al canon: la historia y la poesía básicamente. De hecho, la novela Waishi Rulin pertenece al grupo de textos llamados xiaoshuo, considerados, aunque parezca extraño desde nuestra perspectiva occidental, dentro de la “no literatura”, del no wen como explica la sinóloga Alicia Relinque Eleta. Con este título, por lo tanto, se dice que se está haciendo una historia no oficial de los máximos representantes del oficialismo: los letrados. Sería un caso parecido a las biografías que se publican con el sello de biografía no autorizada.
Los disidentes: el anciano Qu y Wang Mian
En las páginas Los mandarines podemos descubrir también al autor. Wu Jingzi era un auténtico hombre de letras. Le gustaba estudiar y conocía los textos clásicos chinos como lo demuestra en las continúas referencias a ellos. Pertenecía a una familia de mandarines, y le gustaba codearse con ellos, de hecho, admiraba a aquellos que no se limitaban a estudiar el temario de examen.
El viejo Qu es uno de los personajes más positivos del mundo de los letrados, pero deja por decisión propia la administración a la que ingresó sin creer tampoco mucho en ella. Así pues, resulta que uno de los pocos letrados salvables precisamente no quiere ser letrado. Sin duda Wu Jingzi parece querer decirnos algo, pero lo hace en este caso con cierta sutileza. Parece confirmarlo el que Wang Mian, el protagonista del primer capítulo, es el personaje con mejores cualidades: autodidacta, estudioso, un tanto extravagante, y también se niega a trabajar en la administración. No sólo huye del alguacil Zhai sino que rechaza servir a Zhi Yunzhang, el que luego será el primer emperador de la dinastía Ming. Algo parecido le pasó al autor, que se negó a mostrar sometimiento al emperador Qianlong de visita oficial en la región. Esta actitud de insumisión era una provocación en una época en la que podías ser condenado a la decapitación por delitos menores. Además, en varios fragmentos de la novela se puede ver como, por encima de toda obligación familiar o social o religiosa, está la de servir al emperador. Así lo expresa el magistrado musulmán Tang al anteponer los deberes con el estado a los de la religión, o el licenciado Yan que justifica así su ausencia en los últimos días de la vida de su hermano:
“Pero, como dice el proverbio, antes los negocios públicos que los privados, antes el Imperio que la familia. Nuestros exámenes son de gran trascendencia para el Imperio, y como estábamos ocupados en negocios públicos, no tenemos por qué sentir remordimientos por haber dejado a un lado las cosas de la familia”
Aunque es cierto que Confucio insistió en los deberes entre gobernantes y gobernados, teniendo en cuenta la importancia que también concedió a los ritos y deberes familiares, esta insistencia en someter de manera unilateral todo al servicio del Estado quizá tampoco sea casual.
Personas reales y estilo realista
Lu Xun en su Historia concisa de la ficción china cuenta que muchos de los personajes de la novela llevan nombres de personas reales modificados con juegos de palabras. Además cada uno de los personajes se expresa en su jerga e incluso aparecen personajes reales como el mencionado Wang Mian. También David Simon se basó en personas de Baltimore, y en la serie incluso alguno de ellos aparece haciendo un cameo. Muchos de los chicos de las calles que salen hacen de sí mismos, potenciando la sensación de veracidad, algo que hizo que el alcalde de Baltimore le pidiese que se llevara la serie a otra ciudad.
Crítica a los exámenes
Wu Jingzi no estaba de acuerdo con el sistema de exámenes; tanto es así que se fingió enfermo para no acudir a una convocatoria extraordinaria de exámenes. Ya desde el principio de Los mandarines se muestra disconforme con la doctrina neoconfuncionista de Zhu Xi, base del sistema de exámenes y de la educación de los letrados. Desde mucho antes de la época de Wu Jingzi, durante la dinastía Song, la doctrina de Zhu Xi se convirtió era la ortodoxia oficial del imperio. Zhu Xi agrupo el Lunyun, el Mengzi, el Daxue y el Zhongyong bajo el título de Shi shu, los Cuatro libros que, junto a los Cinco clásicos, eran la base de la formación de los letrados. En el primer capítulo, pone en boca de Wang Mian las siguientes palabras respecto a los textos (los Cinco clásicos y los Cuatro libros):
“Malas son estas provisiones —dijo Wang Mian, señalando el texto—, pues si piden esto para alcanzar dignidades, los letrados habrán de desdeñar el conocimiento verdadero y toda moralidad en sus acciones”
Wu Jingzi deja clara su postura respecto a los textos de estudio, pero también ataca a los propios letrados y les hace quedar en muchas ocasiones como ignorantes y temerarios, como cuando Zhan Jingzhai le cuenta al magistrado Tang y a Fan Jin la historia de un famoso consejero, Liu Ji, llena de imprecisiones y falsedades. Casi todos los letrados en Los mandarines suelen ser esnobs, fatuos, interesados y cotillas, aunque estas dos últimas características son comunes al resto de personajes: comerciantes, criados y mujeres.
Volviendo otra vez a la comparación con The Wire, David Simon también conoce muy bien el mundo que describe en la serie. Durante veinte años trabajó como periodista en The Baltimore sun y adquirió un gran conocimiento sobre cómo funcionaban las instituciones y la política en la ciudad. Ed Burns, cocreador de la serie junto a Simon, fue detective en el departamento de homicidios de la ciudad y sufría mucho con la indolencia de la burocracia policial.
Estructura: el bosque de los letrados
Se habla mucho de la estructura de la novela, muchos creen que tiene una estructura episódica compuesta por una serie de cuentos que se puede leer de forma independiente. Esta teoría es muy parecida a la que expresa Lu Xun: “es como un grupo de cuentos o una colcha de retazos de seda, aunque carece de un gran diseño”. El autor polaco Zbigniew Slupski piensa que la coherencia de Los mandarines puede responder a tres niveles que se mezclan: el biográfico de los personajes, a los que vemos desarrollarse y morir; el autobiográfico, las referencias a la propia vida del autor; y la anécdota, las pequeñas historias. Creo que tienen cierta razón ambos y que se trata de una estructura en forma de mosaico, asociativa y no jerárquica, algo similar a la manera en la que Marshall McLuhan escribió La Galaxia Gutenberg:
“La Galaxia Gutenberg se despliega a modo de mosaico, como zona de maniobra, para abordar la problemática que plantea. Esta imagen en mosaico de los numerosos datos y citas que utiliza como pruebas constituye el único medio práctico de revelar la causación de los hechos históricos.”
Frente a la narración lineal en la que seguimos con cierta facilidad un encadenamiento de causas y efectos, con un protagonista definido y un conflicto claro, en Los mandarines y también en The Wire se nos muestran imágenes aparentemente dispersas de un mundo complejo, evitando reducir esa complejidad a una fórmula sencilla y, por tanto, distorsionada. Wu Jingzi, en efecto, permite al lector percibir una compleja red de personajes que vienen y van, en la que el tiempo transcurre rapidísimo, con lo que la sensación es la de abrir una puerta para ver, o mejor que para ver, para recorrer (pues evita el perspectivismo lineal), el mundo real. En realidad, el contenido se expresa claramente en el título: “Historia no oficial del bosque de los letrados”. Estamos en un bosque, en el que los caminos no están claramente trazados como en una ciudad, donde hay cruces que nos llevan a lugares inesperados, donde vemos algunos asuntos con mucho detalle mientras que pasamos por otros que duran veinte años casi sin darnos cuenta. La acumulación de todas estas imágenes nos trasmite una imagen de ese bosque de letrados que, como es obvio, parece a primera vista tan complejo e inabarcable como debió de ser en la vida real. A medida que sigues leyendo, te das cuenta que vas conociendo más y más ese mundo de los letrados, de que el mosaico o tapiz de retales te ha hecho entenderlo mejor que con una narración lineal simple.
Una representación de este mundo podría tener el diseño de un mapa de tags o etiquetas, de un mapa mental lleno conexiones que unen elementos aparentemente dispersos como el que se puede ver en la ilustración.
Hipocresía en la sociedad en Los mandarines
Otro de los aspectos en el que coinciden The Wire y Los mandarines es en el retrato de la hipocresía de la época. Ya sea por conveniencia o por necesidad, los personajes se mueven en un mundo fingido, donde la apariencia lo es todo. Zhan Jingzhai se presenta como hermano mayor en casa de Fan Jin justo cuando aprueba los exámenes; la actitud del carnicero Hu cambia completamente cuando Fan Jin aprueba el examen oficial de Guangdong: “Los que no eran parientes suyos se decían familiares, y los desconocidos se decían amigos de toda la vida”. En The Wire pasa lo mismo, muchos de los personajes, sobre todo los que dependen de apoyos electorales, como los jueces y el propio alcalde y su séquito, modifican su comportamiento y opiniones dependiendo de lo que necesiten conseguir. En una de las temporadas, David Simon destapa la hipocresía de la sociedad norteamericana y de las instituciones con el tema de la droga y la delincuencia derivada. Uno de los jefes de policía, presionado por la necesidad de bajar los índices de asesinatos en su zona, circunscribe una zona de consumo libre y tráfico de drogas, lo que hace descender mucho la violencia. Esta zona llamada Hamburger es descubierta por la prensa y se desencadena un gran escándalo, pero los personajes están durante un tiempo desbordados por una situación ante la que no saben muy bien cómo posicionarse.
Corrupción en China y en Baltimore
La corrupción en la época de Wu Jingzi era norma común de la sociedad, muchas veces por los propias carencias de la administración, que no podían sufragar los gastos del ejército de funcionarios. El misionero francés Pere Amiot escribía en sus memorias que era poco común encontrar a alguien en un puesto de funcionario que no quisiera enriquecerse. Los emperadores, intentaron contener la corrupción, pero formaba parte del sistema, lo que se refleja en Los mandarines por ejemplo en los abusos del licenciado Yan a la familia Wang y a Huang Mengton, que además al ser recomendado anual (suigong) era una especia de intocable. The Wire refleja también la corrupción: el tráfico de influencias, los intereses personales e incluso caprichosos de las personas que ocupan cargos importantes.
Sistema de clases
Dentro de los letrados, no es lo mismo censor que magistrado o simple licenciado, tampoco es lo mismo un examen provincial que de palacio y tampoco es lo mismo encabezar la lista que colarte en la vigésima posición. En función de estos baremos, el letrado sabe dónde situarse y cómo relacionarse con los demás. Visto con perspectiva, la meritocracia china era más justa que la aristocracia de sangre, y el sistema de exámenes chinos era probablemente más justo que cualquier otro sistema en otro país. Si bien esta es nuestra perspectiva de ciudadanos del siglo XXI pero no lo es para Wu Jingzi que vive en ella y que denuncia la decadencia de un sistema en el que sólo permitía a un 10% de la población acceder a los exámenes. Otro tanto pasa con David Simon. Es muy probable que crea que, por ejemplo, la China actual es mucho peor que el capitalismo de Estados Unidos, pero eso no significa que no se pueda criticar los defectos de sistemas que aparentemente funcionan mejor por comparación. Simon combate sobre todo la mentira del sueño americano, esa que dice que con esfuerzo y trabajo te puedes hacer rico. En una sociedad y en otra necesitas partir de una situación inicial de privilegio: ni los niños de las calles de Baltimore, ni la gente corriente de la China de Los mandarines pueden soñar con salir del gueto.
La locura de los letrados
Llegar a ser licenciado en la época de Los mandarines no suponía de forma necesaria que el candidato tuviera un gran conocimiento e inteligencia. Alcanzar esta categoría te permitía subsistir, ya que con este título por lo menos podías ser maestro y de esta forma salir adelante con un sueldo mínimo. La descripción de las ropas del maestro Zhou Jin en el segundo capítulo de Los mandarines confirma esta idea:
“Llevaba el maestro sombrero viejo de felpa, túnica vieja de seda no por descolorida menos enjironada allá por la manga derecha y los fondillos, y chinelas viejas de seda escarlata, y era enjuto, chicharrón y barbicano«
La agonía de llegar a aprobar el examen y con eso conseguir subsistir debía ser terrible. Wu Jingzi lo refleja en los momentos de locura que padecen Zhou Jin y Fan Jin, a los que les da una crisis de histerismo, el primero por no aprobar todavía y el segundo cuando recibe la noticia de que ha aprobado. Recordemos que ambos personajes también coinciden en que son mayores y se han presentando muchas veces al examen. Lo curioso es que estos brotes de locura de los candidatos eran bastante frecuentes en la época y recuerdo un caso célebre, el de Hong Xiuquan, el líder de la rebelión de Taiping, al que le dio una crisis nerviosa al suspender una y otra vez los exámenes imperiales.
Escenas grotescas
En Los mandarines son frecuentes las escenas en las que los personajes están en actitudes indecorosas e incluso grotescas. Zhou Jin llora y él mismo se da un golpe con una tabla que le hace perder el conocimiento, la concubina Zhou se da con el pico de la cama cuando la primera esposa muere; en el banquete en el honor de Zhou Jin los comensales ríen con la boca llena y comen con una voracidad impropia, hay peleas, golpes, engaños, abusos, insultos, desprecios e incluso pedos. El castigo, por ejemplo, a un ladrón de gallinas es apresarle con la canga y colocarle la gallina robada encima de la cabeza. Lo que hace reír a carcajadas desmedidas a la audiencia es que la gallina defeca encima de la cabeza del preso. Todos estos detalles generan un ambiente un poco viciado. Curiosamente lo que hay es una ausencia, en este sentido, de escenas sexuales, muy abundantes muchas veces en el estilo grotesco.
Como hemos visto, Wu Jingzi y David Simon representan en sus obras una época y un sistema, donde la administración y las instituciones sobrepasan a los individuos y estos, inmersos en el sistema, responden a menudo como piezas de una maquinaria que no tiene en cuenta su individualismo. Simon lo expresa de esta forma:
“Lo que intentamos es tomar la idea de la tragedia griega de que existen personas marcadas por el destino y, en lugar de esos dioses olímpicos, indiferentes, venales, egoístas, que lanzan rayos y golpean a la gente en el culo sin ninguna razón…, en vez de esos tipos que dan zurriagazos en Edipo o en Aquiles, retratar a las instituciones posmodernas. Esos son los dioses de hoy.”
Wu Jiingzi lo expresa de manera semejante en los versos finales de la poesía con la que comienza Los mandarines:
Que nadie sabe el destino
De la mustia flor errante
Abatida sobre el río,
Prisionera de su cauce.
Vaya currada de post. Como fan a muerte de the wire, me has recordado lo bien que me lo pasé viéndola. El libro caerá.
Un abrazo para ti y para Daniel.
magnífico, gracias.
Gracias a ti por tus palabras.
Estupendo post, precisamente ahora estoy inmersa en la lectura de Los Mandarines. Tengo que realizar un trabajo sobre el libro, por lo que tus comentarios y comparativas me han ayudado mucho a comprender la obra
Muchas gracias Mercedes!!
Espero que te guste.