La imagen más común de China es aquella que nos hemos ido formando en momentos puntuales durante los últimos veinte años. La mítica fotografía del estudiante que hizo frenar a una columna de tanques durante la primavera de 1989; las espectaculares coreografías de la ceremonia de apertura de los juegos olímpicos, dirigidas por el director de cine Zhang Yimou, o la extraña mezcla entre comunismo y capitalismo que nadie acaba de entender. A esta iconografía se acaba de añadir la circunstancia de que el gobierno chino ha comprado parte de la deuda externa española. Y lo que se nos repite sin cesar: faltan nueve años para que los chinos sean los dueños del mundo.
En los últimos meses he querido trasmitir al lector otras imágenes de China: la época del primer emperador Qin Shihuang, con sus terribles sucesos, como la matanza de los letrados o la quema de libros, y sus magníficas proezas, como el inicio de la construcción de la gran muralla china o el mausoleo de los soldados de terracota; la poesía china clásica de los siglos siete a nueve, de apariencia sencilla pero de una sofisticación exquisita, o el mito del peligro amarillo representado en Fu Manchú. No voy a seguir enumerando porque corro el peligro de aburrir. Hoy en día parece que todo tiene que ser rápido e irrebatible. Así que os proporciono un dato para reflexionar: cuando el canon literario chino estaba establecido, el idioma español ni siquiera existía.
El pasado está muy presente en la China actual, es de hecho la base del nacionalismo y su recuperación una de las consignas de los dirigentes del Partido Comunista. Hace unos días colocaron en la plaza de Tiananmen, junto al retrato de Mao Zedong, la estatua de Confucio, el pensador chino más importante, despreciado durante la etapa maoísta e incluso prohibido durante la Revolución Cultural de los años sesenta. Dos iconos contrapuestos, que representan la paradoja de la China de nuestros días.
Un amigo me preguntaba el otro día por qué el pueblo chino es tan dócil, pensaba que quizá era por la dificultad de manejar una población tan numerosa en un periodo de escasez. Puede tener razón. En realidad, esta resignación que pensamos que tienen puede ser completamente falsa o bien puede ser tan real como la resignación que soportamos los españoles durante más de cuarenta años de franquismo. Es tan difícil encontrar una cualidad que defina una sociedad en un momento histórico, que no me atrevo a intentarlo.
Lo que si me atrevo es a aconsejar el comic Una vida en china, que narra la vida de uno de sus autores, el dibujante chino Li Lunwu. El lector puede de esta manera acceder a otro trocito de la historia de China, pero además de la mano de uno de sus protagonistas. Se enterará, entre otras cosas, de las letras de las canciones de los niños en los años cincuenta, con frases como “El amor de la madre y del padre no supera el amor del presidente Mao” y comprenderá hasta que punto estaba presenta la propaganda maoísta. Li Linwu, de hecho, realizó dibujos de propaganda para el Partido Comunista durante más de treinta años. Su infancia estuvo marcada por el hambre provocada por el Gran salto adelante y la violencia y anarquía de la Revolución cultural. No voy a desvelar nada más del contenido, el comic es magnífico tanto por lo que se cuenta como por el dibujo.
Li Lunwu pertenece a una de esas generaciones perdidas que vivieron la euforia de la llegada del comunismo. Una persona que tuvo que convivir con ideas y emociones contradictorias a lo largo de su vida y que ha vivido para contarlo.
Gracias a este post pedía a los reyes este libro (el 1er volumen) y me ha encantado.
Gracias por la recomendación y mucho ánimo con el blog, está muy bien.
Muchas gracias, Nacho.
Me alegro que te haya gustado.