El mandato del cielo en China

En el año 221 antes de nuestra era, el rey Zheng conquistó los últimos reinos rivales y se autoproclamó primer emperador de China. Es conocido con el nombre de Qin Shihuang, que significa primer emperador de los Qin. Su imperio duró apenas veinte años, pero su influencia se ha mantenido durante más de dos mil años de historia, incluso en la china comunista de nuestros días. A pesar de ello, Qin Shihuang es un personaje extremadamente controvertido y ha dado más de un quebradero de cabeza a los historiadores. Pero no nos adelantemos a los acontecimientos; antes tenemos que conocer mejor al protagonista de este artículo.

Qin Shihuang es conocido sobre todo por el ejército de guerreros de terracota encontrados en su mausoleo en Xian: ocho mil figuras modeladas a tamaño real, caballeros, soldados de infantería, ballesteros e incluso caballos. Lo más sorprende es que cada guerrero tiene un rostro diferente, de tal manera que no hay dos iguales. Qin Shihuang también llevó a cabo grandes obras públicas, como una red de carreteras de cerca de 6.800 kilómetros, que facilitaba el desplazamiento de su ejército, y la recaudación de impuestos. Ordenó levantar los primeros tramos de lo que luego sería la Gran Muralla China, terminada definitivamente durante la dinastía Ming (1368 -1644), y construyó grandes obras hidráulicas que mejoraban el rendimiento agrícola. Qin Shihuang no sólo unificó territorialmente China también normalizó los pesos y medidas, unificó la moneda y la escritura china.

Déjenme tomar prestadas a Borges sus palabras en La muralla y los libros para adentrarnos en la parte más oscura de la personalidad del primer emperador:

Leí, días pasados, que el hombre que ordenó la edificación de la casi infinita muralla china fue aquel primer emperador, Shi Huang Ti, que asimismo dispuso que se quemaran todos los libros anteriores a él. Que las dos vastas operaciones –las quinientas a seiscientas leguas de piedra opuestas a los bárbaros, la rigurosa abolición de la historia, es decir del pasado– procedieran de una persona y fueran de algún modo sus atributos, inexplicablemente me satisfizo y, a la vez, me inquietó.

Quin Shihuang no sólo ordenó la quema de los libros, haciendo desaparecer la mayoría de los textos de las Cien Escuelas, una época de una riqueza cultural comparable, quizá, a la Grecia clásica, sino que ordenó la matanza de 460 letrados, a los que enterró vivos. Sus grandes obras, entre ellas la incipiente Gran Muralla, se realizaron con miles de prisioneros. Uno de los castigos más frecuentes del código penal de los Qin era la condena a trabajos de construcción, de la que era muy difícil salir con vida. Su fama de sanguinario hace de él una especie de Hitler de la antigüedad China.

Tras el reinado de Qin Shihuang, se instauró una de las dinastías más admirada por los chinos, la Han (-206/220), la época dorada de China, aunque últimamente muchos sinólogos reclaman este honor para la dinastía Tang (618907).

Al llegar al poder, los historiadores Han se enfrentaron a un problema. Por un lado, tenían que justificar la caída de Qin, lo que parecía fácil teniendo en cuenta las atrocidades cometidas por Qin Shihuang; pero, por otro lado, los Han quería conservar su mayor logro: la unificación territorial de China. Los Han tenían que resolver esta contradicción, que es muy semejante a la que mencionaba Borges: aceptar a Qin Shihuang es cuento menos inquietante.

Pero éste no era el único problema: la existencia de Qin Shihuang alcanza de lleno la línea de flotación de la historiografía de la China imperial. Para saber por qué, es necesario desviarnos un poco e intentar conocer algunos conceptos fundamentales de la historiografía china antigua.

Los historiadores chinos concebían la historia como una sucesión de ciclos formados por un por un periodo inicial próspero, en el cual el emperador ostenta un gran poder y mantiene al pueblo contento; una fase intermedia en la que hay momentos de éxito combinados con cierta decadencia al perderse los valores iniciales; y un ocaso inevitable, cuando la corrupción del gobierno o la desidia de los emperadores provocan la sublevación del pueblo y la consiguiente caída de la dinastía.

La llegada al poder de una dinastía, su mantenimiento y su caída está determinada por el “Mandato del cielo”  (Tianming). En efecto, el cielo (Tian) permite a los emperadores gobernar sólo si ejercen de forma acertada el poder. Por ello cuando el gobierno no se comporta como es debido, los emperadores pierden el “Mandato del cielo”. Esta concepción, que nos puede sonar un poco extravagante y exótica, es casi por completo equivalente a la manera en la que se justificaban las monarquías europeas: “Por la gracia de dios”. Más de una vez el Papa justificó y alentó la caída de un rey alegando que había perdido el favor de dios. Además, el propio Papa ejercía de intermediario de esa gracia divina cuando coronaba a los emperadores. En el Policraticus de Juan de Salisbury se dice explícitamente que si un rey pierde el favor divino puede ser asesinado. Del mismo modo, también en China, la pérdida del “Mandato del cielo” fue utilizada por los confucianos, y en especial por Mencio, para justificar el cambio de dinastía. La idea del “Mandato del cielo” ha permitido a cualquier usurpador legitimar su acceso al poder y el cambio de dinastía, ya se tratase de generales rebeldes o de líderes campesinos, como Zhu Yuanzhang, el primer emperador de la dinastía Ming (1368–1664).

Como puede imaginar el lector cada vez que había un cambio de dinastía en China, los historiadores tenían trabajo extra, porque debían reescribir la historia dejando bien claro que la última dinastía acabó, como siempre, perdiendo el “Mandato del cielo”, y que la nueva lo había obtenido. Las ideas cíclicas dinásticas y la noción del “Mandato del cielo” son dos conceptos muy útiles para justificar cualquier cambio. Pero plantean a veces problemas casi insolubles como el que se refiere al reinado del primer emperador. De eso y de cómo lo solucionaron hablaré en la próxima entrada Uso y abuso del primer emperador chino.

9 Comentarios

    1. Me gustaría que fueras más concreto, así quizá podríamos discutir sobre lo que no estás de acuerdo. Es que así de esta manera tan vaga -y ofensiva- es imposible saber qué quieres decir.

  1. No será que crees que todo gira alrededor de tu biblia adulterada y de tu falso jebús? Abre los ojos por favor!!!

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