“Se había acostumbrado a pensar en Japón como un país bárbaro, aunque sólo florecieran en él artes pacíficas. Y [el mundo] le concede la categoría de civilizado, cuando extermina sin piedad la población de Manchuria”
Esta cita de El libro del té de Kakuzo Okakura nos ofrece una idea de lo que se consideraba ser una nación moderna en las primeras décadas del siglo XX. Y, de hecho, así fue: Japón entra en la escena internacional cuando logra las victorias contra china en 1894 y sobre todo contra la Rusia zarista en 1904. La Paz de Portsmouth zanjó la guerra ruso-japonesa y elevó a Japón al rango de potencia mundial y, en cambio, provocó una crisis a Rusia, que precipitó el final del zar Nicolás II. La prensa inglesa, nos recuerda Ian Buruma, “estaba llena de admiración por «los corajudos japonesitos»
La población japonesa no estaba tan contenta: demasiados muertos en terribles batallas de la que muchos consideran la primera guerra moderna. El descontento de la población por la guerra y la indulgencia con Rusia, fue el germen de un nuevo nacionalismo japonés virulento que jugaría un papel fundamental en las siguientes décadas y que unió a los patriotas con los progresistas.

La tensión social eran tal, que cualquier incidente podía avivar el nacionalismo: cuando el 1 de septiembre de 1923 se produjo el terremoto de Tokio y Yokohama, hubo actitudes xenófobas contra los coreanos.
El 30 de julio de 1912 muere el emperador Meiji y, unos años después, la influencia de los viejos líderes de la restauración llega a su fin. Al principio, los viejos próceres fueron sustituidos por jóvenes protegidos, pero gradualmente los políticos ganaron terreno en la Dieta. Entre 1918 y 1932 la gran mayoría de los primeros ministros japoneses fueron los líderes de los partidos políticos. Hara Kei fue el primer político de la cámara baja en formar gobierno. Muchos expertos hablan de esta época como la de la “democracia Taisho”. Fue una gran época en la que se luchó por el sufragio universal masculino, logrado en 1925, y por los derechos de la mujer y de los trabajadores. Junto con los avances progresistas, se promulgaban leyes como la del «Mantenimiento de la Paz”, también en 1925, en la que se declaraba ilegal manifestarse en contra del kokutai (esencia japonesa). La ley afectaba especialmente a los comunistas y los socialistas y años más tarde amplió sus poderes hasta extremos insospechados.