
La Restauración Meiji (1867) no supuso tan sólo un cambio en las altas esferas, al recuperar el emperador el poder y perderlo el shogun, sino que implicó cambios en profundidad que condujeron a la desaparición del feudalismo y la unión efectiva del país bajo un gobierno central. La conversión de los daimyo -señores feudales- en gobernadores de las tierras que antes habían sido suyas y la introducción del derecho a la propiedad (explícito en el artículo XXVII del capítulo II de la Constitución Meiji), potenció el desarrollo y ascenso de una clase social hasta entonces incipiente, la burguesía.
La clase más perjudicada por las reformas fue la de los samuráis, que fue abolida en tanto que clase, perdiendo sus prerrogativas. En su lugar se instauró un ejército moderno siguiendo los patrones occidentales, lo que permitió a Japón pasar del aislacionismo de siglos a la imitación del expansionismo e imperialismo occidental, ejemplificado en sus victorias sobre China (1894-95) y sobre Rusia (1904-05).
La adopción de la economía de mercado y del capitalismo de empresa hizo que, al final de la era Meiji, Japón fuera la primera potencia industrial asiática y una de las más importantes del mundo.
La Constitución Meiji hubo de esperar más de veinte años desde la restauración del imperio y significó la legitimación efectiva del nuevo régimen en un marco legal. Asentaba la divinización del emperador, pero, al mismo tiempo, establecía derechos y deberes ciudadanos e instauraba un régimen bicameral con un Consejo Privado del Emperador Meiji (明治時代 ) significa «culto a las reglas.»
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