
Alrededor del año 536 antes de Cristo nació en el noroeste de la India Sidharta Gautama, conocido en Occidente como Buddha y en India también como Sakyamuni. Su leyenda, su vida, sus reencarnaciones futuras y pasadas y, en definitiva, su filosofía ha sido elegida por más de 250 millones de seguidores en todo el mundo. Tiene una gran influencia en China, Corea del Sur, Japón, Tíbet, Camboya, Sri Lanka y muchos otros países. Si hoy en día el budismo es una de las religiones más importantes del mundo se debe en gran parte a un acontecimiento cultural y económico: la ruta de la seda.
La ruta de la seda se puede definir de muchas maneras dependiendo de la disciplina, pero lo que me interesa en este artículo es destacar el fascinante escenario cultural que tuvo lugar en la conexión de Oriente con Occidente.

Se podría decir que la ruta de la seda fue el espacio más globalizado del mundo antiguo donde gentes de orígenes distintos cruzaban ciudades como Samarcanda, Damasco, Bagdad, Changan (actual Xian). La cultura hindú, la persa, la árabe, la china e incluso la grecolatina convivieron en esta encrucijada; y la religión cristiana, budista, islamista y zoroastrista compartieron también este escenario.
Además, esta ruta de comunicación fue el factor necesario para que el budismo se difundiera, aunque la propia naturaleza del sistema de pensamiento budista contribuyó a su asimilación entre diferentes pueblos. Una de las claves es que se trata de budismo mahayana que a diferencia del hinayana era universalista y proselitista. Pero curiosamente el cristianismo también tenía estas características y no tuvo la misma suerte. Para Isabel Cervera, especialista en arte oriental, la clave está en que el budismo era una doctrina muy flexible, con capacidad para adaptarse a diferentes necesidades, de ahí, que tenga muchas y muy importantes escuelas. A esto hay que añadir que el budismo sirvió al poder tanto en India como en China, Corea y Japón. Por poner un ejemplo artístico y relacionado con el tema que nos ocupa. La fotografía de la derecha pertenece a un Buddha colosal que podemos encontrar en la ruta de la seda. Los rasgos de la cara de esta estatúa son los de la emperatriz Wu Zetian que se autoproclamo Vairocana, uno de los cinco buddhas trascendentales. La emperatriz utilizó el budismo para justificar su poder.
Por unas razones y otras, la mecha del budismo se prendió y se propagó como la pólvora atravesando cordilleras casi infranqueables, como la del Pamir, y parajes inhóspitos como el desierto del Takla Makan.
Como se puede imaginar viendo esta imagen de Buddha, el arte y sus expresiones artísticas fueron el medio privilegiado para la difusión del pensamiento budista.
A lo largo de la ruta de la seda se crearon construcciones típicamente budistas: grutas, estupas y pagodas. Este artículo se centra en las grutas y concretamente en las de Mogao.
Cuevas budistas
Monjes, comerciantes, artistas, devotos e incluso emperadores contribuyeron a lo largo de diez dinastías chinas a expandir el budismo. La consecuencia fue la creación de los magníficos santuarios chinos: Mogao, Yungang, Binglinsi y Longmen. La peculiaridad de estos santuarios es que eran templos excavados en montañas; tallados de arriba abajo y de exterior a interior en acantilados de arenisca (ver foto).
Grutas de Mogao
El santuario de Mogao en Dunhuang es el centro budista más importante de la ruta de la seda. Los datos hablan por sí solos: las 492 cuevas incluyen más de 50.00 metros cuadros de frescos rupestres y más de 2.000 estatuas pintadas. Mogao está en un oasis al borde del desierto de Gobi y relativamente lejos de los centros metropolitanos. Según el profesor Roberick Whitfield, esta lejanía ha asegurado su supervivencia, especialmente en los periodos de persecuciones del budismo; por otro lado, la sequedad del ambiente ha conservado la pintura polícroma de las esculturas, como podemos apreciar en la fotografía de la triada búdica de la derecha.
La mayoría de las cuevas son cuadradas o rectangulares, tienen techos artesonados, donde se suele pintar figuras y formas geométricas. Muchos tienen una tarima donde se apoya la figura de Buddha. Los investigadores de la academia china de Dunhuang agrupan las cuevas en tres tipos de construcción, que curiosamente revelan una interesante evolución, desde una construcción más hindú de las primeras cuevas hasta las cámaras con más rasgos chinos de la época Tang. Las primeras eran más parecidas a los viharas (fotografía 4) de las cuevas de Ajanda en India, muy pequeñas, aunque con espacio para practicar la meditación sentado. En las segundas se incluye un pilar en el centro derivado de la Chaitya india, es decir una estupa (fotografía 5). Finalmente, se encuentran unas cuevas más chinas, con el típico techo volante Zaojing (藻井) (fotografía 6), que es una característica exclusivamente china.


A pesar de estas diferencias,

la fusión y la mezcla de estilos es inevitable y, precisamente, es lo que da valor a las grutas. Así la cueva 285 es un ejemplo perfecto del sincretismo chino, indio y de las culturas de Asia Central. Es el más grande de los tres viharas que hay en Mogao. Su estructura tiene un indudable origen indio, si bien las pinturas del interior tienen motivos de la mitología china como el mito de Fuxi y Nuwa, o unos cines blancos en la cara norte pintados con una técnica puramente china, el Baimiao (白描) . El tema principal de la cueva
es la meditación y el mural más importante es un jataka que enseña que las malas personas pueden arrepentirse y alcanzar la iluminación. Sin embargo, la mayoría de las figuras de la pared del oeste no son budistas como el dios védico Surya, que aparece en un carro de dos ruedas tirado por cuatro caballos, o la comitiva de brahmanes que acompañan al dios de la luna Candra. En esta cueva encontramos también a Siva, con tres cabezas y seis brazos, montado en el toro azul Navi. Estos importantes dioses hindúes, así como los inmortales del mito chino fueron asimilados por el budismo como protectores del dharma, lo que demuestra la flexibilidad del pensamiento budista de la que hablamos al principio de este artículo. Este tipo de concesiones hacían más fácil aceptar el credo budista. Como dato curioso de esta integración de culturas, sólo destacar que aparecen varias figuras, probablemente los donantes de las obras: los hombres aparecen con ropas de nómadas y las mujeres a la moda china. Parece ser que podrían ser sogdianos, es decir, iranios de Samarcanda o Bujara. Los sogdianos eran tolerantes desde el punto de vista religioso y de hecho ayudaron a la transmisión del budismo en la ruta de la seda (en la fotografía de la izquierda se ve una de las salas de la cueva 285).
En líneas anteriores he analizado los motivos de las pinturas rupestres de la cueva 285, pero quizá no he expresado en su justa medida la importancia de la pintura de Mogao, pues las grutas actuaron como banco de pruebas para la técnica pictórica que se desarrolló en China, especialmente en la pintura paisajística y en el desarrollo posterior de la técnica de rollo vertical. Si se observa la evolución de esta pintura mural, el paisaje va cobrando autonomía, ya no es un mero escenario donde ocurren cosas, sino que se aprecia por sí mismo.
La fusión es un hecho constante en el arte budista. En este sentido, es importante recordar dónde surge la iconografía de Buddha, ya que tiene reminiscencias grecoromanas, lo que puede resultar sorprendente a este lado del mundo. Recordemos que Alejandro Magno llegó a la India y su presencia ha dejado una huella imborrable en Oriente y en uno de los iconos orientales por excelencia: Buddha. La imagen de Buda en las grutas de Dunhuang tiene su origen en el Buda de Gandhara (hoy Pakistán).

En esta zona se representó por primera vez a Buddha en forma humana y siguiendo rasgos helénicos, muchos expertos aseguran que se parece a la representación del dios Apolo. En este Budha, nacido en Nepal, predicador en la India, representado con rasgos griegos y trasformado por la poderosa cultura China se sintetiza el cruce de culturas que fue la ruta de la seda.